Una vez más la violencia se camufla de protesta social y se toma las calles del país. Vemos como se atenta en contra de la propiedad pública y los bienes de ciudadanos. No podemos concebir como protesta el saqueo de pequeños negocios familiares o el enfrentamiento entre manifestantes y personas que quieren trabajar. Menos aún cobrar peaje para ejercer un derecho tan elemental como la libre movilidad.
La mayoría de los ecuatorianos decimos basta. No solo porque somos más. Esto pasa por la gran cantidad de víctimas colaterales que surgen de la postura radical de una dirigencia indígena que justifica todo el desastre con el descontento popular. Solo el sector turístico pierde más de $2 millones diarios con las movilizaciones. Los exportadores de la sierra duplican este valor de pérdida.
La escasez de productos en los mercados profundiza el ya exacerbado costo de la vida. En este sentido ¿qué se supone que están resolviendo?
El Gobierno propone el diálogo, lo cual es correcto. Sin embargo, este diálogo debe ser concebido como el medio y no el fin. El fin debe ser el establecimiento de una agenda de trabajo conjunto que dé resultados a inmediato, mediano y largo plazo. Hay que considerar las lecciones de esta paralización, porque es claro que hay más que inconformidad. Hay desempleo y hambre. Hay miedo y angustia.
Sin duda el Gobierno debe rectificar, pero en lo de fondo debe de entender lo que el ciudadano de a pie está viviendo.
Aceptar que la falta de acciones y soluciones le están pasando factura. Que nadie percibe ningún cambio ante la inseguridad, la falta de empleo, el colapso de los servicios médicos o la carencia de políticas sociales.
Resolver esta crisis no es tarea fácil, pero estoy seguro de que quienes queremos paz, diálogo, democracia y prosperidad para el país, somos más.
Por eso, los ecuatorianos decimos ¡BASTA!
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